domingo, 26 de diciembre de 2010

La ventana a la calle

(Llueve).
Fuerte cae el agua, y tú y yo vamos caminando. No quería mojarme, pero no me importa nada siempre y cuando esté contigo. Nos miramos y vamos distraidos mirando a los demás correr. Nuestro paso es totalmente distinto. No tenemos afán alguno como para salir corriendo; no tenemos adonde ir más que el uno hacia el otro. ¿Dónde vamos a refugiarnos? No lo necesitamos. Tampoco necesitamos estas tristezas que a veces nos invaden, esos recuerdos que pesan y esos dolores a los que nos hemos apegado de cuando en cuando. Mientras vayamos uno al lado del otro, mirándonos, tomados de la mano, no necesitamos esos artificios de la mente.

Sin embargo la belleza, la naturaleza y en general todo lo sublime gusta de escaparse. Tú te me has escapado, y lo que ayer hacíamos tú y yo hoy lo haces con alguien más. Está bien. No me importa. La compañía por la compañía es inútil; el arte por el arte también lo es; sin embargo el arte es sublime, la compañía, no. Por eso está bien. No quiero tomar a alguien de la mano solo por sentirme con alguien, eso sería devastador.

Estoy en mi ventana, mi ventana que da a la calle. Te veo pasar, veo a los demás pasar. A veces los envidio a ambos, a todos, y a veces no envidio a nadie. Pero cuando te veo pasar y veo que ya no piensas en mí, me decido a mirar más fijamente la calle mientras llueve; todos se transforman con la lluvia y la soledad. No los culpo, nadie lo hace. Solo sigo mirando, solo, desde mi ventana. Miro hacia adentro y no hay nada que me interese: la habitación está generalmente vacía así que vuelvo y miro. Todos van riendo y hablando. Cuando llueve aprietan el paso. Muy pocas veces va alguien llorando; muy pocas veces la cita con la tristeza se da entre los demás para que lo vean. ¡Es inmoral!, ¡es falto de gusto! No puedes mostrarte débil. Por eso ríes y tomas de la mano a alguien más. (Sigue estando bien).

Un día me atreví a salir solo. Fue una proeza. Me mezclé con la gente y pasé desapercibido. Me paré en una esquina y miré las actuaciones de los demás. De cuando en cuando se me acercó alguien a preguntarme qué hacía ahí tan solito, si no quería divertirme. Le expliqué detenidamente cuál era mi concepto de diversión y se retiró con ira, pero riendo. "Es un estúpido", pensó. Le di la razón. Me decidí a mezclarme con la gente más, en un sitio cerrado. Bailes y risas y copas, choques de manos, humo, viento, rabia, amistad, amor, deseo. Todo ello era lo que yo necesitaba y me lo ofrecieron sin pedirme dinero. Pero después, salí y había borrasca. Nadie en las calles. Y no estuviste para verme feliz, después que tantas veces lo has deseado atribuyendo esa felicidad a un mérito: "mereces ser feliz". ¿Será cierto? ¿será lícito construir la felicidad? ¿será que estamos hechos para resignificar cada instante pasado y volverlo feliz de uno u otro modo?

Volví a mi habitación a seguir mirando a los demás. Ese fatal día que te vi pasar yo no sentí rabia. Más bien me dio miedo que me vieras. No quería mostrarme muy feliz al punto que no creyeras que lo estaba y verme patético; tampoco quería verme muy triste para no caer en el mismo patetismo. Lo mejor es que no me vuelvas a ver nunca. Tenía tanto miedo de caer. Tenía tanto miedo de enojarme porque fueras feliz sin mí. Mejor te olvido y me alejo de la ventana; mejor me mezclo y me retiro a la playa, a un sitio sin ventanas. No quiero verte más. No quiero pensar más en ti. Me es indiferente que seas feliz. Yo no lo sé. Me explico y me doy argumetos suficientes para que no piense en ti, para que cada que lo haga piense en un pensamiento que trata de acordarse de ti y yo no se lo permito. Tengo razones de sobra para hacerlo y me alejo. Tomo distancia de tus movimientos. ¡Tú no me recuerdas! Eso es doloroso porque yo no sé hacer algo diferente a ello. A fin de cuentas, amo revivir el recuerdo que hice de ti. A fin de cuentas, yo no tengo más pasado y más presente que aquello que viví. ¿Y para qué? No leerás esta carta, como tampoco leerás en mis ojos que yo ya no siento nada. Me es totalmente indiferente. Ojalá seas feliz, pero yo tampoco estaré ahí para saberlo y para brindar contigo y sin ti por ese hecho. He deseado que llores lo que he llorado. He deseado que pases esos males, pero encuentro que eso no es útil y últimamente no me importa. Lo que sí deseo, lo que de verdad quiero para ti, es que te acerques a la ventana desde la que te vi, que mires el mundo desde una ventana. Que mires cuando llueve sin mezclarte con la lluvia; que sientas y valores los pensamientos de un hombre que ya no te habla y ya no te piensa y al que tú ya no recuerdas. Yo abandono mi ventana: mi lugar en el teatro está en otro lugar, mi lugar para la vida es otro distinto a este: voy a buscarlo. Me marcho. Lo encontraré y moriré con una sonrisa. Es hora de cerrar las cortinas.