miércoles, 22 de agosto de 2012

...

Me paro frente a las vías del tren. Lo oigo
acercarse y espero lo inevitable.
Cuando veo las luces mi cuerpo se estremece
y me hago el valiente. De pronto, sucede eso que
llevo esperando todos estos años:
me quito de las vías.

Mas es tarde; el tren me golpea y me lastima.
Queda poco tiempo. Ya no hay tristeza:
hay un deseo insatisfecho; esa brecha entre
el placer y el displacer: paz, tranquilidad...
a estas alturas no sé cómo llamar esa sensación.

Miro de reojo y veo su silueta. No puedo
estar equivocado; por primera vez no puedo
estar equivocado. Se acerca y con su presencia
aparece la música.

Mi cuerpo es el instrumento, y mi alma las cuerdas.
Tócalas, y deja que la música fluya. Después,
ábreme el corazón, y saca tu miniatura. Ya no
necesitamos ese recuerdo: ya no queremos ser recordados.

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