Estas vanas sutilezas no tienen un título que exprese con propiedad lo que quiere decirse. En todo caso, no me pareció apropiado apodarlo precisamente "vanas sutilezas" por lo inseguro de dicho título. Hay, eso sí, una necesidad de expresar con propiedad algo. Este puede servir de esbozo...literario, digamos. Por eso el final de crítico literario, aunque eliminando todo sentido crítico y dejando paso al regusto personal o individual.
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Hay varios motivos para expresar. Hay un impulso inicial que hace que eso sea posible. Un sueño, una larga meditación, un soplo divino, qué se yo. Soy escritor y jamás he podido dar con el chiste de ese asunto. A veces algo me ocurre y sé perfectamente que podría vivir sin ponerlo por escrito, pero siempre me descubro traicionándome a mí mismo y lo escribo en mi mente. Entonces no quiero hacer la triquiñuela de Pirandello y dejarlo ahí, y prefiero ponerlo por escrito. Hay una especie de placer, pero no es propiamente placer de consumo, es otra cosa. Es un placer inteligente, egoísta, egocéntrico, seguramente, pero inteligente al fin y al cabo. Es como si a veces creyera que por escribir ayudaría a alguien a sentirse mejor, lo haría olvidar sus problemas o le ayudaría a enfrentarlos con el valor que requiere. Por eso quizá mi primer gran amor en literatura y mi autor de cabecera fue Dostoievski. Ese señor conseguía ponerme en aprietos, con sus preguntas y cuestionamientos, hechos de manera en que solo un hombre sabio puede hacer: sin juzgar. Junto a él se encontraba Nietzsche, Kierkegaard (siempre lloré leyendo el prefacio de 'Temor y temblor') y Cortázar. Un poco más allá me dejé seducir por la sabiduría de San Agustín, a quien también admiré mucho en mi adolescencia (aun hoy siento mucho respeto por él, pero ya sin el fervor de la juventud). Todos ellos tenían en común temores religiosos, juntados con preocupaciones existenciales y con la creación de ídolos. Pensé en explorar mi propia vida, en descubrir qué clase de clichés, qué clase de sentimiento propio estaba extrapolando yo para con ellos. De una u otra manera, quien conozca a esos autores encontrará muchos matices en que se asemejan (las paralelas se tocan en el infinito), pero yo no me parecía a ellos. Quería 'ser como'ellos. Compartía las preguntas de Dostoievski, adoraba el estilo de Nietzsche, veneraba la pulcritud de los textos de Kierkegaard y me sentía maravillado por la ternura y simpleza de Cortázar, todo ello junto a San Agustín, quien escribía tan precioso para su tiempo, como un adelantado. Sin embargo, fue Henry Miller quien me despertó de ese embrujo de querer escribir como otros. Fue él quien me mostró que era posible equilibrar la admiración de los maestros con la intención de hacer un propio camino. El camino, antes de crear, era creer: en uno, en sus propios criterios, en su propia fuerza y en el despliegue y la capacidad de desbordar situaciones. Entonces cesó la admiración. Para entonces ya bordeaba los veintitantos, y ya no era tan impresionable como antes. Ahí me decidí a perder el miedo y publicar cosas. Mis primeros textos eran música hecha letras. Eran demasiado sensibleros y llorones como para ser publicados. Pese a ello los publiqué, creo que porque eran textos enfermizos que pretendían ser gaza y curar las heridas que tenía acumuladas hasta entonces (dijo Henry Miller una vez: "un escritor escribe para sacar todo el veneno que ha acumulado durante el tiempo en que ha vivido en un mundo falso, un mundo que no es el suyo").
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Al final nadie puede salvarte de tu destino -si es que ya lo conoces y lo has elegido. Si vives en la deliciosa ignorancia de lo que pasará, es probable que vivas muchos años, llegues a viejo y disfrutes cada vivencia como una deliciosa fruta, justo como yo-. En todo caso aún no estoy muy seguro de si mientras escribía y componía cosas era agradable ver morir a mis amigos y todo a mi alrededor. Es cierto que ellos me inspiraban cosas, y fue gracias a esas inevitables pérdidas en la vida de cualquier hombre las que me hicieron mejorar lo que -ahora sí- puede llamarse mi arte. Al fin había aprendido a alejarme de la poesía, y hasta había empezado a escribir cuenticos, para chicas, para amigos muertos, para cantantes que conocí. En fin que no destaqué mucho en ningún campo pero me hice un nombre a fuerza de publicaciones; era eso o lagartear por ahí, algo que no iba a resultar jamás dada mi personalidad. Pero nadie te salva de tu destino, esa es la clave. Si acaso encuentras que has de hacer algo en tu vida entonces terminas por hacerlo de uno u otro modo, vaya uno a saber por qué. Es probable que sea coincidencia, o que así como hay personas que somatizan y sus males las haya las que somaticen sus objetivos. Es probable. A estas alturas de la vida no se preocupa uno demasiado por saber lo inevitable, más bien la preocupación desaparece y lo que queda es un esfuerzo más bien explicativo que interpretativo. Decir por qué las cosas ocurren como ocurren. Obviamente que estas cosas no pueden despacharse de un solo golpe como se suele hacer con lo que no se entiende. Yo creo tener razones para pensar que todo lo que ocurre son decisiones colectivas. Y creo que habría que saber responder a esas decisiones con otras decisiones, siempre colectivas. Los sociólogos se lamentan de estas cosas, pero entre más pasa el tiempo más se acostumbra uno a la maldad, y entonces termina dando por sentado la crueldad, la barbarie y la violencia. Antropológicamente también nos pertenecen, y aun no hay hombre suficientemente sabio capaz de decir si acaso esas cosas no constituyen también un ideal de 'lo humano'. Hay tantas cosas que no se saben, pero nuestro tiempo ya no quiere saber muchas cosas. Quiere saber las adecuadas, quiere saber bien, y quiere amar.
En ese caso, que se joda el destino. Un hombre enamorado no se interesa por su destino, se interesa por amar y bailar esa pieza que tiene en frente con la persona que ama. Eso se entiende únicamente cuando uno hace las cosas estando perdidamente enamorado, incluido amar (porque enseña el maestro Dostoievski que enamorarse no significa amar). Al final uno puede contar las personas de las que se ha enamorado y hacer una larga lista; no así con las personas a las que amó. En mi tiempo de militancia por la fenomenología descubrí que era posible incluso enamorarse hasta por un día, lo cual, desde luego, me pareció una nimiedad. En todo caso entendí que era posible, que el cerebro construye esa clase de maquinaciones para mantenerse a salvo y protegido, para seguir la vida que llevamos sin sentirnos afectados, sea cual sea esta vida. Entonces aprendí a decirle adiós a todo, a no apegarme, a dejar ir ese enamoramiento tan corto. Los científicos le pusieron tiempo a ese asunto, pero más que un asunto de hormonas es un asunto de decisión y de intención. Una vez, por ejemplo, me cansé de estar enamorado. Seguramente cuando me cansé ya no lo estaba, pero la cosa es que con esa persona ya no podía componer ni escribir, y llegado el momento, cuando tuve que tomar la decisión, elegí la creación. No me veía sentado, esperando encontrar un disfrute pleno en la contemplación de algo. En cierto sentido era y sigo siendo un hombre de acción. De acción a medio empezar y a medio terminar, pero de acción al fin y al cabo. Además no logro concebir la sublevación de ideales demasiado altos, como ese de la contemplación por el disfrute, el arte por el arte, o cualquier cosa desinteresada. Que en la creación haya deseo implica ya que no puede haber desinterés propiamente dicho. Habrá desapego, desterritorialización (Delueze), pero no desinterés. Por eso es que no pude seguir con esa persona.
(Comoquiera que haya sido, aun me sigo preguntando qué habría pasado si hubiera tomado la otra decisión. Me da algún tipo de curiosidad pensar qué habría sido de mi vida su hubiera sido del otro modo, si quizá alguna vez hubiera eliminado mi necesidad de expresarme como lo hago, si habría sido capaz de erradicar impulsos literarios. Creo que no. Creo que la decisión fue correcta, y tampoco invierto mucho tiempo en esto. Son reflexiones que ocurren a veces, como pensar qué habría sido de España si no hubiera sacado a judíos y árabes en la Edad Media, si sería quizá el territorio más importante y avanzado cultural y económicamente, si se hubiera perpetuado la paz de las religiones más importantes del mundo en ese territorio donde convivieron alguna vez. Luego recuerdo que voy tarde a una cita y dejo a un lado ese impulso reflexivo para retomarlo más tarde, en otro punto y sin ninguna ilación continuar con el relato.)
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Para ser honesto, habría que concebir todo lo que ocurre como eso, como un todo, como una causa y una consecuencia perenne. Entre más personas a tu alrededor mueren, más comprendes el valor de la vida ("se piensa en la muerte cuando no se está seguro de la vida". Jodorowsky), la importancia y relatividad de la muerte, la fugacidad de la vida y el significado de la risa. Entre más viejo me hice más me reía, todo parecía más pequeño y distante. Entonces vinieron los problemas. Asumir a fondo una actitud de ese tipo es pernicioso como pocas cosas en la vida. Asumir que nada es tan importante como para ser realmente tenido en cuenta puede ser la cosa más problemática de este mundo. Un verdadero artista, un gran sabio, esos hombres comprenden la importancia de la vida y no le quitan valor, como a primera vista se piensa. Lo que hacen es que aprenden a sopesar cargas, a sobrellevar tristezas y nostalgias, a pensar que el mundo no es malo por naturaleza sino ignorante, y que un día seremos capaces de habitar los unos con los otros sin tanto perendengue. En mis últimos días quise hacerme sabio, pero para eso no dan cursos. Se es o no se es y eso es todo lo que queda. Me llamaba la atención saber de que iba todo ese asunto, pero no logré descubrirlo sino después, es decir, ahora, en los últimos días de los últimos días de un periodo de tantos. Y lo que comprendí fue que la sabiduría no tenía que ver con canas, sino con risas ("quien comprende la filosofía entiende la risa" Ibid.). Al final, estallaría en una carcajada tan estridente que sonaría a grito desesperado pero sería más bien la risa de un hombre que cruzó la meta y sin darse cuenta dio un par de vueltas más. En su estupefacción encontró el alivio riéndose de sí mismo, y eso lo alivió. Así me reiría yo. Luego, un estallido del corazón.
Así que dejé de ir a cine, dejé producir cosas, y centré la atención en mi cátedra de literatura rusa para dedicarme exclusivamente a meditar largas horas. Supongo que quería provocarme una depresión como cuando niño, solo que esta vez el nivel sería más alto. Los pensamientos eran otros, la concentración otra, preocupaciones totalmente diferentes. Entre más grande se hace uno más distracciones se requieren, porque centrar la atención mucho tiempo en uno mismo termina por hacer daño. ("cuando miras profundamente en un abismo no olvides que este mira dentro de ti" Nietzsche.) Lo bueno fue que dejé también de meterme en la vida de los demás, de dar consejos y humildes opiniones para simplemente emitir juicios -si me lo solicitaban- y guardar un absoluto mutismo. Así todo fue de maravilla, pero algo faltaba, y esa sensación me ha acompañado durante toda mi vida. La diferencia es que descubrí (o acepté, o entendí, o me resigné...) que no faltaba nada, que simplemente estaba haciendo las cosas equivocadamente. ¿Era mi destino ser escritor y músico? No lo sé, joven Rilke. Probablemente tal cosa no exista y lo que tengamos sea deberes para con nosotros mismos, como disfrutar la vida, quitarle importancia a las penas y, en fin, conseguir mejores ofertas laborales de cuando en cuando.
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Al final, uno de los personajes más importantes de análisis es Andrés Caicedo, el joven escritor colombiano que levantó la mano contra sí mismo en un acto mitad desesperado, mitad calculado, sobre su propia percepción de la vida. No me inquieta la pregunta de por qué se mató, sino otra cosa. Caicedo esperó hasta que su novela estuviera publicada para matarse y siempre me he preguntado por qué, si en todo caso sus cuentos son muchísimo mejores que su novela. Creo que tiene el valor de que fue terminada, mientras que en sus cuentos puede acusarse cierta incompletitud. Pero para qué estar lleno si va uno a sentirse vacío, tal y como él. En fin. Ya veremos. Cada quien a su camino. Está haciendo una brisa hermosa. Basta algo así para sentirse satisfecho.
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