"me perderé en la angustia
de buscarme y no encontrarme"
Pablo Milanés.
Una mujer me dijo un día que lo que no le gustaba de mí era que yo actuaba como si las cosas sólo pasaran. Y de hecho ha sido una verdad de esas que uno se empeña en olvidar. La odié por recordármelo, la odié porque no supo hacerme mejor. Imagino que después, como todo, se me pasó. Lo que ocurrió luego fue que tuve que contarle todas y cada una de mis aventuras amorosas o no, para terminar siempre en el mismo punto: la vida pasa. Ella era una mujer de acción, quería transformar el mundo, comérselo. Necesitaba alguien que la acompañara en ese viaje, y no sé cómo pero yo terminé por aceptar. Me hice digno de sus halagos sin cambiar nunca mi manera de ser, ese secreto que llevo adentro desde que tengo memoria y que no le confío a nadie. Por lo demás, la cosa salió bien dentro de las posibilidades que teníamos ambos.
Yo creo saber muy bien qué me impulsó a hacerle compañía y todas esas cosas. Yo creo saber muy bien por qué opté por abrazarla cada vez que lo único que quería era alejarme y decirle “lo siento, no soy tu tipo”. Me diría “¡¿Y cómo carajos lo sabes?! ¿es qué eres yo o qué para saber lo que me gusta?" Yo sé muy bien por qué nunca fui capaz de decirle que la única razón por la que no me atrevía a amarla –ni siquiera en silencio- era porque eso sólo la comprometería y habría de pagar un precio muy alto. Lo sé, tampoco soy tan magnánimo, y parte de mí simplemente no quería arriesgarse, sufrir. Pero una vez sales de casa el riesgo es inevitable, y allí nace la vida, nace la pincelada que le da color a todo lo que no lo tenía. Terminé, pues, enamorándome, sólo para descubrir que lo único que puedo amar es esa brecha en que sólo cabe la imposibilidad de vivir.
Ella, tan ecléctica, tan bailadora, tan soñadora, ¿cómo terminó con un hombre que no sabía bailar ni reír? Quizá ella viera otra cosa, quizá yo viera otra cosa. Pero aprendes. Vaya si eres capaz de aprender por amor. O por voluntad. Así que una vez sentí que ella estaba en su punto máximo…una vez ella lloró en mis brazos por razones que yo conocía muy bien y de las que nada tenía que ver, entonces, suplicante, pedí la fuerza al cielo para abandonarla. Dios sabe lo que me costó hacerlo, Dios sabe que esa carta que le puse en el bolso, entre sus cosas, fue la que más me costó escribir. Ya no la amo…pero cómo la amaba entonces. Cómo era de difícil la vida para mí por esos días. Así que se lo escribí, sabiendo el compromiso que ello desataba. Le dije todas y cada una de las cosas que me parecieron importantes en diez o quince líneas. La abracé. Y luego, esperé a que se fuera…otra vez.
Entonces, ¡ay!, qué difícil. Sé que leyó mi carta, sé que la rompió, y con ella mi corazón. Ya no había nada por qué luchar. Un amante decepcionado siempre tiene el abandono de su amada como excusa para no asumir su propia vida, para no hacerse cargo. Pero dime cómo voy a ir yo por ahí buscando un consuelo imposible en una mujer que no existe. Dime cómo es que la vida se derrumba y se supone que vuelvas a empezar con la misma fuerza que la primera vez, con sonrisitas y café con leche, como si nada hubiera pasado cuando sabes que en el fondo ya no tienes razones para luchar. Como es que uno emprende y desanda el camino para descubrir lo que ya estaba allí, esa cosa que se hacía indiferente y que de pronto se vuelve la piedra filosofal, esa persona, ese momento, eso que siempre estuvo y no lo viste porque ibas de afán. Te esperé…y no me viste. Y cuando me buscaste, hace rato que esto era imposible.
No soy un experto, pero descubrí la manera de lograr ese nuevo comienzo. Después de muchos golpes y muchas veces de estar soñando despierto, logré borrar mis recuerdos. ¿Que por qué estoy escribiendo esto entonces? Es muy fácil, lo escribo antes de tomar la decisión. Elijo la salida del cobarde, elijo la salida fácil, esa que siempre está disponible en los momentos de desesperación. Muchos dirán que no es tan fácil, que hay que tener agallas para tomar una decisión de ese talante. Es cierto, pero lo difícil de la vida es recorrerla con la memoria bajo el brazo, contándote una y otra vez lo que ya sabes, incluso, en algunos casos, insinuándote nuevas interpretaciones de historiador, nuevas maneras de ver lo que ocurrió y pensar que para la próxima las cosas cambiarán. Eso nos hace corregibles, nos hace humanos, esa capacidad de recuerdo e interpretación constante. Yo elijo no saber, elijo no querer, no elijo, en suma. Y para cuando haya terminado, estaré profundamente dormido, levantándome cada mañana sabiendo que algo me falta pero sin tener ideas ni intenciones de ir a buscarlo, sin tener pizca de ganas, siguiendo con mi vida, y con el amor de mi vida.
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