sábado, 28 de julio de 2012

Quédate.


Ha pasado tiempo, ¿verdad? Sí, lo sé. ¿Lo recuerdas? Aun éramos jóvenes. Aun discutíamos por las nimiedades de la vida, sin saber disfrutarnos el uno del otro. Pero no era la edad. Era que no nos queríamos. Y yo siempre amé no tenerte, siempre amé que no me dijeras ni que supieras de mí. Amé la imposibilidad que llevaba tu nombre. Hasta ahora.

Creo que te lo puedo decir sin temer a que sientas el peso del compromiso: te amo y soy ligero. No como una pluma, sino como alguien que se despide de la vida enamorado: ¿qué importa? Hoy, ahora, eres mía. Ahora te tengo y no eres un sueño soñado. Ahora que te miro sabes que me brillan los ojos de solo oír tu nombre. Lo repito día a día al levantarme y al cenar. Sí, eres mía. Sé que te irás. Deberás volver a casa, pero hoy, querida, quédate conmigo. No vayas a prometer nada (no te sale bien) que yo tampoco lo haré. 

Quédate esta noche tan si quiera, que luego, mañana, te dejaré ir, como lo he venido haciendo todo este tiempo. Y cuando me preguntes ¿y luego? ¿y luego? ¿y luego? Yo responderé con un silencio, un beso en la mejilla y dormiré. Te diré que te quiero, que te querré en la mañana, y que lo que hoy te diga, será pasado. ¿Me querrás? Te diré que no lo recordarás ni te importará. Pero no es sacrificio, porque hoy, te tengo; no te necesito cuando te siento.

Te diré...que si fuera mañana,
si el presente y el futuro 
fueran dos cosas diferentes, 
entonces esperaría el momento adecuado.

Para bien o para mal...ese momento
no existe. Todo se actualiza. 
Entonces, te digo, sinceramente,
con todo y mi rostro sonrojado,

que te quiero. Tómalo como una
insinuación; tómalo como un 
sí pero no. Tómalo, en últimas,

como un hombre que te escribe
en el cuerpo: sólo por el placer
de escribirte.

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